Gratia Plena ES

Mariana envió el mensaje a su novio Ricardo en la mañana de aquel viernes: “necesitamos hablar, ok?”. No sabía cómo decirle que su menstruación llevaba días de retraso y que había una gran posibilidad de que un embarazo no deseado estuviera gestándose. El examen, de esos de farmacia, confirmaba la sospecha: positivo. Era el tercero que hacía. Las dos rayas aparecieron segundos después de que la orina inundó el papel y la esperanza de que aquello no pasara de un susto se disipó mientras las líneas rosadas eran más y más evidentes.

¿Cómo contar a alguien que conoces hace seis meses que va a ser padre?

Ensayó algunas veces frente al espejo, pero en cada idea que se le ocurría, una serie de reacciones exageradas invadía su mente. ¿Y si se va? ¿O se molesta? ¿Si no quiere… o peor aún, si sí quiere? Paralizada por todas aquellas hipótesis, decidió detener el flujo de pensamientos y mostrarle el examen positivo. Pensaría en qué o cómo hablar una vez que estuvieran cara a cara.

Ricardo recibió el mensaje y se puso a imaginar qué podría haber ocurrido. Sabía que nada bueno podría venir después de un “necesitamos hablar, ok?”. Muy formal. Nada parecido al estilo de Mari. Hizo un recuento de sus últimos encuentros, pero no llegó a ninguna pista que justificara un mensaje tan serio luego por la mañana. Contestó un simple “ok” y sugirió que se juntaran en su casa a las 18h. “Prefiero que nos juntáramos en el PP” fue su respuesta. El bar donde tuvieron su primera cita. Ricardo encontró el tono del mensaje contradictorio al escenario donde a ella le gustaría tener dicha conversación, pero Mariana era algo paradojal para él. A veces, contradictoria. Otras veces, errante… “¿Está todo bien, Mari?” empezó a escribir, pero desistió. También prefería encarar lo que sea que ella tenía que decirle en vivo.

Llegaron. Pidieron comida y dos cervezas. Conversaron amenidades; hablaron sobre la semana que tuvo cada uno, del trabajo y de la terapia. Sin embargo, un silencio repentino exigía que la pareja ocupara aquel momento para exponer el asunto pendiente.

– Ricardo, no hay manera fácil de decírtelo…- ella empezó. Él estaba concentrado, su corazón latía un poco más rápido y un sorbo de cerveza fue la salida para no sucumbir a la ansiedad. – Estoy con atraso menstrual… y bueno… a mí nunca se me atrasa…

Él le miraba en puro estado de perplejidad. Sacudió su cabeza rápidamente en un intento de ordenar sus ideas. “¿Cómo?” era lo que le gustaría haber preguntado, pero parecía tener la presión baja para lograr hablar cualquier cosa. Además, el cómo era obvio: un polvo matinal una mañana cualquiera, aprovechando el hecho de que él ya se había despertado excitado. Un sexo tan sin propósito que ella ni siquiera estuvo cerca de acabar. Míseros cinco minutos de penetración frenética; un mete y saca demasiado rápido como para garantizarle un orgasmo, pero lo suficientemente largo como para reproducir una persona… en potencia.

Ricardo parecía haber sido chupado por un vacuo. Ahora notaba detalles en ella que antes no parecían estar allí. No era un asunto de ver, sino de observar. Los ojos algo rasgados. El hoyuelo que llevaba solamente en el lado derecho de la mejilla… ¡Se sorprendió cuando vio sus pecas! Pecas que antes se escondían en su rostro, en la misma cara de semanas antes. ¡Meses, para ser exacto! ¿Tres o cuatro meses? No lo sabía decir. Pero solo notó sus pecas debajo de los ojos aquella noche. ¿Tal vez mi hijo igual tenga pecas? Era exactamente lo que pensaba cuando ella chasqueó sus dedos en su cara.

-¿Alo? ¿Hay alguien ahí? ¡Por Dios, hombre! Dime algo… Me miras con una cara muy rara…

– Disculpa… – contestó automáticamente mientras llevaba sus manos a la cabeza y se tiraba el cabello para atrás lentamente. No tenía idea del porqué pedía disculpas, pero no podría pensar en algo mejor.

Mariana entonces tomó la iniciativa. Decidió contarle sobre los exámenes hechos. Hablar de una. Sacó la cajita de su cartera, miró a los ojos de Ricardo y tan pronto empezó a decirle, algo repentino y violento le interrumpió… Al mirar hacia abajo, ella pudo ver una mujer en el suelo de cabeza en sus pies. Apuntaba hacia el cielo sonriendo y balbuceó algo que ninguno de los dos pudo entender. Una imagen tan sorprendente que saltaron un poco de sus sillas. Su estado

parecía urgente o grave, pero de ninguna manera obvio. ¿Andaba drogada? ¿Borracha? ¿Mal? 

Ricardo le ayudó a levantarse. La mujer pestañó los ojos una, dos… tres veces. Y como si hubiera vuelto a la realidad, le dio gracias a las manos que le pusieron en pie. Fue en dirección a su mesa donde le dieron agua y todo parecía normal nuevamente.

– Ha hecho mucho calor por estos días…- Le comentó Ricardo mientras le entregaba la cartera que también se había caído al suelo. Trataba de sonreír. Era lo más empático que podía ser.

 

Reparó en el pequeño bebé que dormía en el cochecito al lado de la mesa. Se parecen. Pensó

que, con suerte, su bebé saldría parecido a Mariana. Se sentó en la mesa con energía renovada.

– Dime… tú me ibas a contar algo… – pasó las manos por sus hombros y luego apretó las suyas. – Pero antes, Mari, antes de cualquier cosa, ¡te quiero decir que la decisión es tuya! Si realmente estás embarazada, te apoyaré en todo que decidas. Estoy completamente emocionado, es cierto. ¡Es una tremenda novedad! Cuando me enviaste el mensaje por la mañana, pensé que ibas a terminar todo conmigo… o algo así, ¡pero… esto… caramba! Esto es mucho más de lo que podía imaginar. ¿Y sabes? Yo creo que estoy feliz. ¡Pienso que nunca sería padre si no se diera de esta forma, así… inesperada!

– ¡Necesitamos confirmar esto pronto! ¡Y TÚ TIENES QUE DEJAR DE TOMAR CERVEZA, MARIANA!

Ella sonría. Por primera vez desde que todas sus sospechas habían comenzado, ella podría imaginar una autoimagen como madre. Maternidad era algo completamente pavoroso para ella, pero con Ricardo tal vez las cosas podrían funcionar.

Le entregó la cajita con el test positivo y observó sus ojos llenarse de alegría. Lo que segundos antes era una imagen distante, ahora parecía haberse tornado real. El bebé en la mesa de al lado empezó a llorar y el sonido agudo que salía de su garganta hizo que ambos sonrieran honestamente. Aquel pequeño ser les transportó a un futuro inexistente aún, pero que, en

cuestión de meses, sería su nueva vida. Se besaron. La mujer que, minutos antes estaba caída en el suelo, se levantó y acercó al coche del bebe. Otro beso. Emocionados se abrazaron y compartieron palabras en el oído.

– Tengo miedo… – dijo ella primero.

– Yo también…

– No sé si damos el ancho

– Creo que nadie lo da… – Él intentó confortarle.

– No… te lo digo en serio! Tengo miedo, Rick. No sé si estoy preparada para cambiar mi vida así… de la nada. Justo ahora que estaba por empezar un magíster.. – su voz tenía una angustia genuina – mi cuerpo va a cambiar completamente…

– Mari, sí sé… – él ahuecó su rostro con ambas manos y besó sus labios rápidamente – lo que quieras hacer, lo haremos juntos. Tú sabes que siempre quise ser padre, no esperaba que fuera así tan rápido, pero… no sé… Tenemos trabajo, tenemos dinero, nosotros nos llevamos bien, nos respetamos… No es el peor de los escenarios. Velo por el lado positivo, podríamos tener 17 años y estar en el colegio aún.

– Ts, antes de los 35 también es embarazo en la adolescencia, Ricardo… – su comentario lo hizo reír sinceramente. A él le encantaba su sentido del humor. Además, todo en ella le causaba

atracción y pensó que, finalmente, y a pesar de todas las adversidades, aquello podría funcionar.

– Pero tenemos que hacer un examen, ¿no?

– Iré a un laboratorio mañana temprano.

– Mariana, basta de cerveza por hoy, ¿no? – dijo mientras apartaba su vaso.

– Fue un sorbo para ganar coraje no más. Estaba muy nerviosa…

– ¡Lo sé, pero daremos el ancho!

– Daremos el ancho…– repitió distraída.

– DAREMOS EL ANCHO! – él reafirmó con un tono de voz certero. Un beso lleno de ternura y afecto finalizó aquel momento especial que sería perfecto si la vida fuera un final de novela. Sin embargo, la vida real es una trama dramática sin fin y la escena que siguió destruyó la imagen utópica e irrealista que los dos construyeron sobre la parentalidad y, de nuevo, algo abrupto interrumpió a la pareja.

Ahora, un ruido fuerte seguido de un grito pavoroso de desesperación se propagó por todo el bar. Los ojos corrieron en una barredura de territorio en busca de la fuente de llanto tan primitivo y desordenado. Lo que encontraron impactó a todos de tantas maneras que, por un breve segundo, la gente se entre miró para confirmar que estaban decodificando la realidad de forma parecida: un bebé de meses caído con la cara en el suelo.

La mujer que minutos antes había sufrido un accidente parecido ahora estaba en pie, parada, incrédula y llevaba los brazos cruzados como si aún en ellos sostuviera al pequeño. No fueron necesarios más que tres segundos para concluir el obvio y triste evento que había ocurrido: el bebé cayó desde los brazos de la madre, que estaba de pie, de cara… en… el… suelo. Todas las voces cesaron y en el bar solo se podía escuchar la música ambiente y al pobre bebé llorando, implorando cualquier ayuda. Un hombre, que parecía ser el papá, lo levantó del suelo y se volvió a la mujer con una mirada decepcionada y enojada.

Fue el primero en juzgarle y como si así diera permiso a los demás, se rompieron todas las barreras sociales y un bochinche se intensificó. Un verdadero azotamiento en plaza pública. En parte, muchos allí se sentían en frenesí y no había una sola alma en el lugar que no estuviera comentando con cierta indignación lo que sus ojos habían recién atestiguado. Los juicios venían de todas las formas posibles; miradas, frases, susurros. Pero el sentimiento de culpa fue

compartido por todos. El único que no podía sentirse culpable era el bebé que aún no tenía la edad suficiente para comprender la perversidad de dicho sentimiento. Su llanto venía de un lugar no corpóreo. Del espíritu, si es que realmente existe. Solo paraba cuando se ahogaba un poco por sus proprias lágrimas, sin aire por algunos segundos y luego seguía gritando con más y más fuerza. Ininterrumpidamente. La mujer intentaba alcanzarle, sin éxito. El hombre, avergonzado, intentaba evitar que la esposa llegara a su hijo y sostenía el pequeño cuerpo con violencia. Sacudió el paquete de un lado a otro sin saber qué hacer.

– ¿Por qué tomaste tanto? – preguntó enojado, aunque él igual estaba borracho.

– No lo sé, yo… no… Lo siento… Lo siento mucho…. – repetía la misma frase mientras secaba sus lágrimas.

– ¿Tú… para qué tomar tanto?

– Dámelo. Déjeme sostenerle. – suplicaba la mujer con pena, culpa, miedo, enojo… realmente incapaz de tomar su hijo; como si algo muy sensible la hubiera quebrado profundamente.

– ¿Para que le dejes caer de nuevo?

La pregunta la alcanzó como un tiro en la cabeza. Madre y recién nacido ahora parecían compartir la misma necesidad de cobijo. O, al menos, eso percibía Mariana, completamente absorbida. Obviamente, el clima de familia feliz fue quebrantado por un solo golpe que les pegó fatal. Exactamente en la mesa de al lado, había un claro ejemplo de una pareja que no estaba “dando el ancho”.

Mariana y Ricardo se quedaron en silencio escuchando al bebé y a la mujer por algunos minutos. Una inundación de miedos sumergió con brutalidad sus planes que se transformaron en un tifón de ansiedad que dañaría todo lo que encontrara en su camino.

Si pudieran reconstruir los pasos que dieron y que resultaron en aquel encuentro, nunca podrían haber previsto tamaña casualidad de sucesión de eventos. Era una obvia señal de Dios y ni siquiera eran religiosos.

– ¿Oye, vamos? – preguntó él y ella concordó con un gesto rápido de cabeza.

– Tú pides la cuenta, yo voy a mear…

Mientras subía las escaleras, Mari se sentía culpable por darle un sorbo a su cerveza, por no haber impedido el accidente o aquel embarazo.

– ¿Por qué carajos tuve sexo sin condón en período fértil? – Sabía que, en relación al aún conjunto de células que cargaba en su útero sería siempre más juzgada, reprendida o condenada por ser “la madre”. Sintió una gota de empatía por aquella otra pobre que lloraba avergonzada en el salón.

Ricardo, a su vez, estaba en estado de choque. Asustado. Quería puro hablar con Mari porque la verdad es que él no se sentía nada preparado para ser padre y, sinceramente, ellos ni se conocían bien. ¿Hace como… dos… o tres meses? Él no quería ser padre así, sin planear nada. Ya tenía considerada la vasectomía en el pasado y todo. Mariana entró en el baño y se miró en el espejo por algunos segundos. Podía imaginar su guata creciendo. ¿Y si fueran gemelos? Al tiro imaginó dos bebés cayendo al mismo tiempo. Se acordó que tenía dos tías abuelas que eran gemelas y, si no le faltaba memoria, estaba segura de que la genética saltaba generaciones y hacía sus travesuras.

– ¿Tía Marta y Tía Cleide? Creo que se llamaba Cleide…-, susurró mientras buscaba confort en su cartera. – ¿O era Cleia? Era algo así…- Casi no se dio cuenta del exacto momento en que el embarazo se disipó entre sus dedos. Ni gemelos, ni hijo único. La sangre indicaba que su menstruación llegaba tarde, pero era bienvenida. Nunca había escuchado sobre un falso positivo en la vida real, pero, aparentemente, este tipo de cosas pasaban. Sonrió aliviada. Sacó el examen de farmacia y lo depositó en la basura del baño. Salió de ahí convencida de buscar atención médica inmediata y hacerse una ligadura de trompas.

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